Resumen
Este texto es el de la conferencia impartida en el curso de verano de la Universidad Internacional SEK, el día 27 de julio de 1999. El autor agradece la invitación de la Universidad y, en especial, la del director del curso, David Corral, que tuvo la amable deferencia de proponerme este tema para ser desarrollado ante un auditorio de estudiantes y profesionales inquietos por el futuro.
1 - El futuro de la Información
Permítanme comenzar con una frase que no es mía. Ha escrito Derrick de Kerhove, el continuador de la obra del gran visionario de los medios de comunicación de este siglo, Marshall MacLuhan, que "el futuro ya no es lo que era". Al futuro, como a los cuadros, hay que mirarlo desde cierta distancia. Nuestro problema es que, a diferencia de gente como Nostradamus, que podían permitirse el lujo de profetizar a varios siglos vista, tenemos ante nosotros un futuro de miniaturistas, por seguir con el símil de la pintura. Lo tenemos tan encima que, más que con un telescopio, hay que verlo casi con lupa. Como es evidente, esto reduce la situación del futurólogo a la del agente de bolsa, es decir, a la de alguien que trata desesperadamente de recopilar los datos del presente para poder tomar una decisión para el día siguiente.
Evidentemente, yo no estoy aquí para diseñarles un futuro que desconozco cuándo empieza y cómo va a ser. Supongo que no esperan eso de mí. En cambio, me atrae la idea de "frontera" que se me propuso porque implica los dos lados de algo, una separación, un aquí y un allí casi sin solución de continuidad. Hablaremos, pues, desde este lado de la frontera, una frontera móvil, eso sí, una frontera que, como la de los pioneros, se va extendiendo con nuestras acciones diarias. Porque, en el fondo, somos, eso, pioneros ante una época que sentimos nueva, como el inicio de algo.
A esta época se le ha denominado "Sociedad de la Información" y eso, a las personas relacionadas con el mundo de la comunicación en sus más diversas manifestaciones, nos gusta y nos halaga. Nos da la sensación de que es algo más nuestro que de los otros, que vamos a tener un mayor protagonismo en el futuro, que va a colocarnos en un lugar de privilegio y quizá no sea necesariamente así.
Puede ser que ustedes tengan claro qué es eso de la "Sociedad de la Información". Yo, sinceramente, no con demasiada claridad, aunque lo intento con cierta asiduidad hilando cabos y recogiendo detalles con los que voy tratando de perfilar ese concepto, tratando de darle un sentido y una coherencia. Y creo que es por lo primero que deberíamos preguntarnos. Al fin y al cabo, es el futuro al que todos nos dirigimos.
Creo que, a diferencia de otros momentos de la historia en los que ha existido un grado menor de autoconciencia, la construcción de ese futuro a corto, medio y largo plazo es competencia de todos nosotros. Y, al decir "todos", me estoy refiriendo incluso a aquellos a los que no se tiene en cuenta tradicionalmente en estos menesteres. Marshall MacLuhan escribió: Todos los individuos, deseos y satisfacciones están copresentes en la era de la comunicación —en La aldea global—, y tenía razón. Creo que es importante, puesto que a todos nos afecta, que dediquemos algunos minutos a tratar de explicar qué significa o, al menos, qué entiendo yo —que tiempo habrá para el debate posteriormente— por eso de "Sociedad de la Información". Comenzar por aquí nos permitirá comprender aspectos más específicos más adelante.
2 - La Sociedad de la Información
Quizá les haya llamado a algunos de ustedes la atención la terminología con la que los historiadores realizan la división de los diversos momentos de la Historia. Se comienza hablando una Edad de la Piedra, de una Edad del Bronce y de una Edad del Hierro, para pasar a hablar después del Mundo Antiguo, la Edad Media, la Edad Moderna y, por último, de la Contemporánea. Es decir, se comienza clasificando en función de los materiales básicos utilizados para pasar a una división meramente cronológica de los grandes períodos.
La Sociedad de la Información es la Edad del Bit . De la misma forma que aquellos mundos cambiaban con el descubrimiento y utilización de nuevos materiales, el bronce o el hierro, que posibilitaban el desarrollo de cambios tecnológicos, en la historia de nuestra especie ha aparecido un nuevo elemento: el bit, la digitalización, un elemento que está cambiando —y lo hará más intensamente en el futuro— nuestra organización social, nuestra forma de trabajo y, para algunos, también lo hará en nuestra forma de pensar y percibir.
De alguna forma, hasta hace muy poco —y ahora podemos ser conscientes de ello— estábamos viviendo en una Edad del Hierro mejorada. Se ha repetido hasta la saciedad la idea de Nicholas Negroponte en la que resaltaba el paso del átomo al bit, de lo sólido a lo energético-informativo, pero sin embargo, no se ha comprendido —o no se ha explicado suficientemente— su profunda significación.
La digitalización supone la transformación de algunos de los elementos básicos de la construcción social y una de sus manifestaciones —solo una de ellas— es el cambio en los Medios de Información. Una Sociedad de la Información no es —como algunos piensan— una sociedad más y mejor informada, que también deberá serlo. Es una sociedad en la que toda una serie de elementos se convierte en "información", en el sentido cibernético del término. Por decirlo metafóricamente, estamos ante una nueva forma de alquimia: la alquimia del bit. Muchas cosas que antes se producían y consumían en estado sólido, ahora son transmutadas, por efecto de esa nueva versión de la piedra filosofal que es la digitalización, en bits , en energía que puede ser modificada, almacenada, transmitida, duplicada, multiplicada... Este es el auténtico principio de la nueva Era de la Información: el bit. Todo de lo que podamos hablar y de lo que hablaremos no es más que una derivación, una consecuencia de este proceso básico mediante el cual podemos reducir toda una serie de elementos complejos a la mínima expresión: la numérica binaria. Bit es binary digit , cifra binaria, la máxima sencillez alcanzada en la representación. Los franceses utilizan el término "numérico", en vez de "digital" —así, pueden hablar de ciudades numéricas, para referirse a las ciudades digitales o virtuales—. Efectivamente, la digitalización es la aprehensión numérica o matemática de la realidad para ser manipulada. Un viejo sueño que, desde Pitágoras y Platón, viene rondando a la Humanidad. Ya no se trataba de la expresión matemática del mundo físico mediante fórmulas, sino de la descripción de lo perceptible, lo sonoro, lo visualizable, etc.
Si damos el salto de lo simple a lo complejo, del origen a sus efectos, de la raíz a las ramas más altas, nos encontraremos con una serie de secuencias encadenadas capaces de producir este cambio de Tiempo, esa nueva Era del Bit, o de la Información. De los múltiples efectos sobre el conjunto de la sociedad —pensemos que se ven afectados prácticamente todos los sectores de la vida: la enseñanza, el arte, el comercio, el trabajo, la administración, el almacenamiento y conservación de la información, y la comunicación en todas sus facetas—, nos interesan especialmente los últimos: los que afectan a ese otro sentido del término "Información", al sentido mediático.
3 - La velocidad del cambio
El primer gran reto que presenta el futuro digital se plantea desde una circunstancia que ya había sido observada de forma general: la aceleración del tiempo. Históricamente estamos fabricando —porque el tiempo lo fabricamos nosotros con nuestra percepción del cambio— un tiempo difícilmente habitable o, por lo menos, incómodamente habitable. Esta aceleración del tiempo, conjugada con la mayor duración de la vida humana, hace que nos sintamos incómodos de forma permanente. Los síntomas generales son las diferencias generacionales, en el ámbito familiar, y los reciclados permanentes, en el ámbito laboral. Estamos cambiando el mundo muy deprisa, quizá demasiado para comprender muy bien lo que hacemos.
En el campo de la información, este cambio acelerado se traduce en dos factores: en la renovación tecnológica, con la aparición de nuevos formatos partiendo de los antiguos modelos, y en la búsqueda de la adecuación entre las estructuras informativas emergentes y las audiencias, es decir, el ajuste de la información con los que han de recibirla, con la sociedad, que, a su vez, también cambia modificando sus exigencias y circunstancias. Muchas veces se cae en el error de creer que la renovación tecnológica solo es problema de los medios, cuando es una faceta más de un cambio social y cultural mucho más amplio.
Hace quince años existía un mundo informativo bastante ordenado. Había habido sucesivas reestructuraciones partiendo del sistema monológico de la Prensa con las entradas de la Radio, primero, y de la Televisión después. A diferencia de la Prensa, que hace llegar las noticias a través de un soporte individualizado, la Radio y la Televisión impusieron un modelo de audiencias . Los consumidores de información ya no adquirían nada, sino que bastaba con que tuvieran un receptor de radio o de televisión, en cada caso. Esto es historia, pero supuso el primer gran cambio en las estrategias de desarrollo de las estructuras informativas. Ese era el mundo eléctrico, que McLuhan estudió y definió dentro de su particular y genial visión de los Medios, antesala del digital.
Desde los años sesenta, la Televisión se convirtió en el medio predominante en el sistema informativo. Logró imponer un modelo propio consistente en una combinación de información y entretenimiento. Se convirtió en una maquinaria capaz de satisfacer y crear necesidades, en un elemento integrado en la vida cotidiana las veinticuatro horas del día, en un elemento permanentemente disponible para sus potenciales receptores. A diferencia de la Prensa, que buscaba un sector determinado de público, la Televisión buscaba la captación de todos los sectores sociales. La Televisión obligó a todos los demás Medios —competidores dentro del sistema—, desde la prensa al cine, a buscar los huecos que ésta dejaba. Cuando parecía que el sistema había quedado estable llegó la revolución digital.
De forma más o menos silenciosa, con la sola emergencia de algunos síntomas, se ha producido —se sigue produciendo— una de las grandes guerras tecnológicas de los últimos siglos. De esta guerra subterránea se siguen librando batallas casi cada día. Este conflicto ha tenido dos fases muy definidas. La primera de ellas es la socialización de la informática, que pasa de las grandes instituciones y empresas a introducirse poco a poco en el tejido social. La segunda es la aparición y expansión acelerada de las redes de comunicación que, combinadas con el mundo informático, comienza a restar protagonismo al coloso televisivo.
Debemos señalar que, históricamente, ha ganado con un amplio margen la tecnología digital. Todos los medios existentes se han visto sometidos a procesos de reconversión hacia el campo digital. Ya hay radio digital, televisión digital, cine digital, discos digitales y prensa digital. Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que nos encontramos en la primera ola de la era digital.
El gran problema que se plantea, como vemos, no es la sustitución de lo analógico por lo digital que se va produciendo a ritmo acelerado, sino el nuevo reparto de poderes y el mapa resultante. Se trata de pasar de un campo organizado a otro nuevo; de un campo estable a uno que todavía no se ha terminado de formar. La primera tentación fue intentar un calco del sistema antiguo al nuevo. Sin embargo, pronto se comprendió que ese modelo podía ser peligroso. Los primeros intentos demostraron que el mundo digital difería mucho del analógico, que su comportamiento era muy distinto. En el sistema informativo tradicional los roles estaban claramente definidos y la comunicación fluía en un solo sentido: de arriba abajo. El sistema tradicional era pasivo, mientras que el digital es terriblemente activo, horizontal y dinámico. En el sistema tradicional el capital, al necesitar de grandes inversiones económicas, lo es todo y marca las distancias entre unos y otros. En el sistema digital, por el contrario, son las ideas las que priman sobre el capital. Los gigantes de la comunicación comprendieron con horror que ya no tenían que vérselas con los otros grandes del sector —sus enemigos tradicionales—, sino con pequeñas compañías creadas casi de la nada que se movían muy bien, con gran agilidad, en las finas capas del mundo digital.
Las noticias económicas del último año en el sector de las comunicaciones se repiten hasta el aburrimiento: "gigante de las comunicaciones compra por x millones de dólares una pequeña empresa". Incapaces de moverse a la misma velocidad, hacen lo único que pueden hacer: compran para controlar. Pero las pequeñas compañías con buenas ideas, ideas que se desarrollan rápidamente, crecen por todas partes.
La etapa de los medios electrónicos produjo grandes monstruos en el campo de la comunicación, gigantescas empresas nacionales y transnacionales, Titanics de la comunicación que seguían unas políticas de concentraciones de medios y de absorciones, políticas de crecimiento continuo, políticas, en última instancia, de la Edad del Hierro a la que nos referíamos anteriormente. Es una ley natural que los seres que se encuentran muy adaptados a un medio, cuando, por circunstancias críticas, cambia radicalmente ese medio, lo pasan peor que aquellos con un grado menor de adaptación.
La palabra clave en estos últimos años ha sido "convergencia". Parecía ser una palabra mágica capaz de resolver el profundo conflicto en el que nos vemos inmersos. La convergencia es el intento de los grandes gigantes de la industria de la comunicación y el entretenimiento de evitar que el entorno cambie en su contra. Su poder es tan grande que pueden conformar el futuro a su medida o, al menos, lo intentan. Esto es lo propio de los grandes gigantes económicos; su poderío se manifiesta, precisamente, en esa capacidad para diseñar el campo e imponer las reglas del juego.
Sin embargo, esta vez las cosas son muy distintas. El mundo digital no es un mundo diseñado artificialmente y, en gran medida, escapa al control de los grandes grupos. Es cierto que existe un gran acuerdo mundial sobre el desarrollo de las telecomunicaciones y unos planes estratégico-comerciales que abarcan el diseño de infraestructuras y tecnologías para un futuro inmediato. Pero también es cierto que la gran movilidad y productividad que permite el ámbito digital obliga a remodelar constantemente las estrategias. Lo digital no es lo informativo. Lo informativo es una parte de lo digital. El alcance de la revolución digital se manifiesta precisamente en este carácter de incontrolable, en su crecimiento vertiginoso. Su profundidad es social y cultural y, por tanto, hay muchas decisiones en manos de los individuos.
Creo que será revelador analizar, aunque sea brevemente, el caso que a mi entender mejor simboliza esta tensión entre los deseos de los grandes grupos y el desarrollo social. Podríamos titularlo como La lucha entre el televisor y el ordenador.
4 - La lucha entre el televisor y el ordenador
Habrán tenido ocasión de leer o escuchar a lo largo de estos últimos años noticias, que podemos calificar de necrologías avanzadas sobre la llamada "muerte del PC". Hay otras versiones que se limitan a proponer esa especie de lobotomía informática que se llama el "PC tonto" o PC desprovisto de disco de almacenamiento. Estas informaciones no son casuales ni fruto de lucubraciones de analistas despistados. Responden a esa lucha por lograr la hegemonía en la era de la Información. En este sentido, televisión y ordenador son combatientes en una lucha sin cuartel. A la gran industria y a los grandes grupos de comunicación les interesa un simple receptor, un televisor mejorado, digital e interactivo, sí, pero televisor, al fin y al cabo.
El modelo televisivo de la información es el que mejores resultados ha dado en el pasado y es el que permite negociar grandes paquetes informativos, desde una liga de fútbol hasta la producción completa de una productora cinematográfica. Con la televisión, siempre se habla de miles de millones, de dólares o de pesetas, pero siempre de miles de millones. Por mucho que se diversifique y especialice, por mucho que se divida en canales temáticos, las audiencias también son millonarias, normalizadas por el efecto de la universalización cultural, receptoras de unos mismos contenidos, demandantes con necesidades, inducidas o no, similares. La televisión es el espectáculo global, universal, y el espectador es también un espectador universal.
El mundo digital es, por el contrario, el de la diversidad. Cada ordenador puede abrir una puerta a la sociedad de la información. Convierte al receptor pasivo del televisor en productor activo en un campo también universal, el cyberespacio. Además, crea un sentimiento de pertenencia, de comunidad entre sus miembros, pueden organizarse; les permite hablar entre ellos y manifestar sus opiniones libremente, ser críticos con lo que se tercie; sus respuestas son fulminantes y contundentes. Al existir múltiples fuentes a su alcance, son menos manipulables o, si se prefiere, dado que toda fuente es manipulable, tiene más puntos de contraste; de hecho, cada usuario es potencialmente una fuente de información, puede convertirse en un nuevo medio con muy poco esfuerzo. Tampoco temen a los grandes dinosaurios de la industria: recuerden el caso del error del procesador Pentium y los miles de millones que le costó a la compañía Intel. Ni a la industria ni a las instituciones políticas. El escándalo Lewinsky nació en Internet, aunque otros medios tradicionales habían tenido conocimiento previo. La única gran derrota del Sr. Gates se la infligieron los usuarios de Internet, que rechazaron su MSN (Microsoft Network), y le obligó a retirarse a sus cuarteles de invierno de las Intranets, aunque de nuevo vuelve al ataque. Incluso, en estos últimos tiempos asistimos al apoyo de los grandes de la industria, como la IBM, al sistema operativo Linux, generado a través de la comunidad, como intento de frenar el avance del todopoderoso Gates. Este caso es especialmente significativo y algo de esta naturaleza hubiera sido impensable hace unos cuantos años.
Los intentos de restringir el ámbito del ordenador personal a la esfera del trabajo e introducir en los hogares esa suerte de ordenador tonto, de caja de navegación sin capacidad productiva, o de producir un supertelevisor que absorba las funciones de todos los demás aparatos de comunicaciones, desde el fax a Internet, desde la radio al teletexto, pasando por el contestador telefónico, es precisamente el intento de redirigir las audiencias hacia ese modelo información-entretenimiento característico de la televisión en detrimento del informático. Un modelo —el televisivo— controlable desde un despacho, diseñable, programable, como había sucedido hasta el momento, un modelo como en los viejos y buenos tiempos.
Pero el campo ha cambiado definitivamente; es difícil que se pueda alterar el curso de lo digital. Habrá espacio controlados, pero ya no serán los únicos. La libertad de los usuarios no es fácilmente anulable. Ya no tienen sentido esos ataques contra la morralla existente en Internet, o la falta de credibilidad de sus fuentes, o reírse de las tonterías que la gente dice en los "chats", o considerar narcisistas las páginas personales de la red. A quien le corresponda tiene que entender que la Red no es un medio, sino un espacio; que no es algo diseñable, sino habitable; con usuarios, pero con vecinos.
5 - Los modelos de la prensa y la televisión: una elección en la
La televisión y la prensa han ido depurando sus modelos informativos a lo largo de su historia. Han tratado de ser, a la vez, competitivos y complementarios. La llegada de los medios digitales nos revela nuevos aspectos de esta lucha entre modelos diversos. La gran pregunta es: ¿cómo ha de ser la información en la era digital? Para poder responderla —al menos, para poder dar una respuesta posible— hemos de tener en cuenta una serie de circunstancias previas que no se suelen tener en cuenta al hablar de información.
Tradicionalmente, al analizar comparativamente los dos medios, solo se han tenido en cuenta tres parámetros: la cantidad, la velocidad y la extensión de la información. De esta forma, se decía que la prensa ofrecía más cantidad de información que la televisión; que la televisión era más rápida que la prensa o que la televisión llegaba a más receptores que la prensa.
Ha sido la prensa la primera, no sin reticencias, en llegar al campo digital. Es necesario insistir, por lo revelador de las actitudes, que la entrada de los medios impresos en el campo digital fue más por obligación que por devoción. A la primera actitud de desprecio siguió otra de prevención, de temor a aquello que crecía de forma alarmante a gran velocidad. Los medios impresos entraron en el medio digital por temor a perder posiciones en algo que no tenían demasiado claro cómo iba a evolucionar, pero que pronto tuvieron muy claro que les iba a afectar de forma directa. Había que estar allí por lo que pudiera pasar. Los medios impresos, temerosos de una segunda reestructuración crítica, como la provocada por la televisión, fueron tomando posiciones en la carrera digital.
Su primer intento fue el simple volcado de la información en las redes de comunicación. Los lectores de los periódicos encontraban un duplicado del papel en la pantalla del ordenador.
El debate se inició inmediatamente: ¿debían repetir los periódicos las fórmulas y formatos propios del papel en las redes? La conclusión fue rotunda: no. Pero en lo que no se logró un acuerdo fue en qué había que hacer. La palabra clave apareció pronto: interactividad. Los medios debían ser interactivos. Es decir, debían dar entrada a la participación de los lectores. Pero, ¿qué era eso?
Permítanme que les cuente una anécdota. Cuando el periódico de habla hispana de más tirada de todo el mundo se lanzó a la red, recuerdo la lectura, durante una interminable descarga de página, de un eufórico texto pleno de retórica, en el que se decía que el diarioquería romper las estructuras convencionales , dar entrada al mundo de los lectores, abrirlo a su participación , contar con ellos para todo... y para alcanzar estos fines revolucionarios en el mundo de la información cada día haría una encuesta sobre un tema fundamental que permitiera el diálogo y la participación de todos. Bien, la tan esperada pregunta, situada al final de aquel largo discurso, la primera pregunta, era muy directa: ¿Pelé o Maradona?
La interactividad se ha convertido en una especie de mito que desconoce cuál es el alcance del Medio. Se entiende como una especie de circo peculiar que los medios deben organizar alrededor de lo que les es propio: la información. Así, los medios se ven obligados a establecer tertulias, a realizar sorteos, concursos, etc. Cualquier cosa con tal de que los posibles asistentes a sus páginas estén entretenidos. No hace mucho —y disculpen esta nueva anécdota, pero creo que son detalles reveladores— tuve ocasión de entrar en unas páginas realizadas por alumnos de una Facultad de Ciencias de la Información española. El profesor les había dado una especie de listado con las características principales que debían tener los medios en la red y que ellos debían evaluar en las publicaciones digitales que eligieran para su trabajo. Los resultados de las investigaciones escolares venían a ser muy parecidos: "permite poca interactividad, solo el correo electrónico para consultas".
En los últimos tiempos se ha podido comprobar que los periódicos en la red se han llenado con lo que es el equivalente de los "pasatiempos" y, sin embargo, han limitado las consultas hemerográficas a la semana anterior respecto al número vigente. De seguir así, dentro de poco, los periódicos en vez de contratar periodistas contratarán animadores sociales.
El reto al que se enfrentan los medios de información en la era digital es tan sencillo como difícil: deben cumplir la función que tienen asignada aprovechando los nuevos recursos para ofrecer mejor servicio y calidad. Algo tan sencillo como esto, pero muy fácil de olvidar. Lo único que, como mínimo, debe tener claro cualquier empresa es para qué existe.
A mi modo de entender, deben evitar una gran tentación: la tentación de desviarse de sus funciones informativas tratando de buscar, por medios no específicos, unas audiencias que todavía no están definidas en el campo digital. Lo único que conseguirán es desvirtuar su función y, poco a poco, ir perdiendo su propia identidad. Esto es el resultado de una construcción precipitada de su posición relativa dentro del sistema informativo general. Cuando sabemos dónde está el Norte, es fácil orientarse; si el Norte cambia continuamente, ya no es tan sencillo saber dónde se está. La evolución constante del nuevo espacio, en gran parte debido a la creciente ampliación de sus posibilidades tecnológicas, hace que en muchos casos se estén dando palos de ciego.
El gran reto, pues, es saber qué se es, primero, y qué se quiere ser, después. Debemos retomar aquí algo de lo que indicábamos en el inicio: la aceleración de los cambios. ¿Es posible un escenario estable o estamos condenados a la remodelación permanente? De todos los medios de información, la situación más preocupante es la de la Prensa. Los motivos son obvios: la Prensa es un invento del siglo XIX; está ligado a un soporte concreto, material: el papel. Los periódicos se miden por sus tiradas. Por el contrario, la Radio y la Televisión son medios eléctricos, no tienen soportes, sino receptores. Su electrificación le hace fácilmente digitalizable, porque lo que se hace digital es laseñal. En los periódicos hay que cambiarlo todo. Obsérvese la ironía: los primeros en digitalizarse por medio de la informatización fueron los periódicos. Mucho antes de que los ordenadores entraran en los estudios de televisión o en los de radio, ya habían entrado en las redacciones y en las imprentas. Sin embargo —y aquí radica la parte cruel de la ironía— todo este proceso de informatización estaba puesto al servicio del papel. La Prensa, que debe su nombre al instrumento mecánico que imprimía el papel, lleva camino de no tener material sobre el que estampar sus noticias. La Prensa, el medio más prestigioso en cuanto a la información, el de más solera, tiene que decidir si lo sustancial de su función es imprimir sobre papel o transmitir información.
La decisión no es fácil porque es el soporte y sus características el que establece la identidad y las formas de consumo, el que establece las condiciones de la emisión y la recepción. Pero lo realmente importante no es el soporte, sino la función que cumplen, su capacidad para alcanzar los fines propuestos.
Les pondré un ejemplo de esto, un ejemplo aparentemente complicado porque se puede interpretar en su resolución de forma absolutamente contraria. Hace unas décadas, Méjico inició un ambicioso programa de Televisión educativa que comprendía todo el territorio. Un costoso material audiovisual educativo fue elaborado por pedagogos y expertos en comunicación. Los alumnos de todo el país acudían un par de veces al año a las capitales de los estados a realizar los exámenes correspondientes y alcanzar sus títulos. Una comisión de expertos evaluaba los resultados obtenidos por los alumnos de los diferentes centros. Les llamó la atención los resultados de una población, que estaba muy por encima de la media estatal. Cuando llegaron al lugar para investigar el porqué de aquel curioso caso se encontraron con lo siguiente: las dificultosas condiciones geográficas del lugar impedían la recepción de las imágenes televisivas. Los alumnos habían obtenidos aquellos magníficos resultados solo con escuchar los contenidos. Mientras otros tenían "televisión educativa", ellos tenían solo "radio educativa". El caso, por si a alguien le interesa, lo recogen John Tiffin y Lalita Rajasingham en su obra En busca de la clase virtual. La educación en la sociedad de la información (reseñada en Espéculo nº 7, noviembre 1997-febrero 1998).
El caso se podía solucionar de dos maneras: la primera, colocando un repetidor de señal en lo alto del monte que obstaculizaba la llegada de las imágenes. La segunda, suprimiendo el programa de televisión educativa y trasformándolo en radio educativa. Desconozco cuál fue la elección que realizaron, pero conociendo la naturaleza humana, me temo que la primera.
¿Por qué les cuento este caso, cuanto menos, curioso? Creo que nos enseña algo sobre las funciones, los objetivos y los medios para conseguirlos. Creo que guarda cierta analogía con lo que está sucediendo en estos momentos con los medios de comunicación y su forma de abordar la entrada en la Era del Bit, en la Era digital.
Cuando se observan los diferentes movimientos estratégicos que se están desarrollando, y permítanme que recurra a una especie de freudismo mediático, uno descubre en el inconsciente un secreto reprimido: en el fondo, muchos sienten lo que podemos denominar envidia del televisor. Uno percibe una especie de complejo de castración televisivo en muchos de los deseos que se manifiestan ante el futuro de los medios. La convergencia parece apuntar al modelo televisivo, al televisor-total. Si esa especie de complejo no se supera, lo que se producirá, como señalábamos antes, es una pérdida de identidad, seguido de una pérdida de función. Desde el punto de vista de los receptores, cuando sean incapaces de diferenciar ambos medios, ¿qué sentido tendrá elegir? Y más todavía: ¿qué sentido tendrá la diversidad de medios?
Creo que el mundo digital abre unas posibilidades inmensas en el campo de la información. Pero creo también que es básico, urgente, necesario, que se produzca un examen de conciencia en el que se resuelvan esas contradicciones en las que se está incurriendo y que pueden llevar al desastre.
6 - Diez modestas consideraciones y sugerencias (por si le interesan a alguien)
Me gustaría concluir esta intervención con una serie de consecuencias —diez, que suele ser un número adecuado en estos casos— que se desprenden de lo explicado anteriormente junto con otras que sirvan de muestra, aunque sea breve, de muchas cosas que se han quedado, en el tintero o en el ordenador. Son una mezcla de reflexiones sobre lo que hay, previsiones sobre lo que podría haber y algunas sugerencias. Sin más, las paso a enumerar:
- La integración en grandes grupos de comunicación de la mayor parte de las cabeceras, con presencia en casi todos los medios, hace que se preste una atención secundaria al fenómeno de la Prensa respecto al de los otros medios, especialmente los audiovisuales. Las políticas que se siguen son más empresariales que informativas, es decir, atienden más a los resultados económicos que a los problemas mediáticos. El capital no tiene ningún inconveniente en trasladarse de un medio a otro en busca del mejor rendimiento económico. Puede que esto deba ser así desde una perspectiva empresarial, pero no desde una perspectiva profesional, que es la que creo que en este momento debe interesarnos. Algunos ya han dado por muerta a la Prensa y la consideran un cadáver exquisito o un vestigio del pasado que hay que conservar como a cualquier otra especie en vías de extinción. Frente a tantas voces agoreras, creo que la supervivencia —posible— depende de algunos de los factores descritos anteriormente.
- El factor clave es la obtención de la información. Puede que las redacciones, en el sentido clásico espacial, dejen de funcionar tal como han funcionado hasta el momento. Pero lo que está muy claro es que las informaciones las obtienen los informadores y que estos se enfrentarán a nuevos retos en cuanto a su trabajo y funcionalidad. [Esta tarde, mi buen amigo Pepe Cervera les hablará sobre el periodista digital. No se lo pierdan, porque es una de las personas que más saben de este mundo de la información] Es indispensable que se forme a los nuevos profesionales desde una perspectiva de futuro. En esto, todas las Facultades de Ciencias de la Información tenemos una gran responsabilidad. Y no me estoy refiriendo tanto a cuestiones prácticas como a la experimentación de nuevas fórmulas y modelos comunicativos en colaboración con los medios. Si el divorcio entre teóricos de la información y sus practicantes no hubiera llegado tan lejos como, en líneas generales, ha llegado, sería posible buscar soluciones conjuntas o, al menos, estudiar los modelos propuestos.
- Junto a esto, no podemos olvidar que la sociedad de la información también produce información. La noticia pasa a estar en muchos más lugares, ya no solo en los escenarios físicos, sino también en el cyberespacio. Los usuarios de las redes también emiten información. No hay que despreciarlos.
- Otro factor clave: todos los medios de comunicación en la Red están copresentes. Es decir, los usuarios tienen acceso a todos los medios simultáneamente. En el kiosco de prensa están los medios expuestos para ser elegidos por el lector, que se suele llevar un periódico y deja el resto. En el nuevo sistema digital nos encontramos con todos los medios simultáneamente; podemos pasar de uno a otro o podemos acceder a través de esas páginas que nos ofrecen seleccionadas noticias de todos ellos. Tenemos en nuestro ordenador los periódicos locales, los nacionales y los de otros países: Sin aumentos de tirada, sin aviones, barcos o camiones... Podemos acceder a cualquiera de ellos desde cualquier parte del mundo. Esto obliga a modificar las relaciones habituales entre secciones y las proporciones entre las informaciones locales, nacionales e internacionales. Todo esto estaba diseñado pensando en un tipo de lector más o menos próximo espacialmente al origen del medio. Cuando un medio impreso decide crear una edición para ampliar su cobertura a otro espacio geográfico —otra región o ciudad—, modifica la parte local del periódico para acercarse a los nuevos lectores. Pero, ¿y ahora? Este problema no tiene fácil respuesta, ya que su origen está en el carácter material del periódico, su sujeción al tiempo y el espacio. Por ejemplo, todos los periódicos han aumentado en los últimos años sus secciones de información local, y un fenómeno análogo se ha dado con el florecimiento de las televisiones locales. A los lectores les gusta estar bien informados de lo que les afecta más directamente. Pero, ¿qué sucede cuando los lectores de un medio se reparten por todo el globo? No creo que se esté obligado a buscar un lector universal por el simple hecho de que se pueda acceder al medio desde cualquier punto del mundo. Aquí, como en tantas otras cosas, no se puede dar satisfacción a todos. Hay que tomar decisiones estratégicas, diferentes en cada caso. Lo que sí creo que está claro es que no es posible elaborar una estrategia comunicativa pensando en lectores universales. Lo que queremos que interese a todos, puede que no interese a nadie.
- Hasta el momento, al ser el acceso gratuito, la estrategia se basa en la financiación a través de la publicidad, es decir, en atraer usuarios a las páginas de información. Esto permite justificar las tarifas ante los anunciantes. La publicidad en la red es compleja y tiene unos condicionantes que no tienen los otros medios, ni los que trabajan por tiradas (prensa) ni los que trabajan con audiencias (televisión y radio). Pero lo que no se ha valorado hasta el momento es la información en sí, su valor. Acostumbrados a cobrar por el papel o por el tiempo de emisión, no se ha valorado nunca la información más que en los servicios privados de noticias. Pero, cuidado, las encuestas actuales muestran una divergencia grande entre lo que al usuario le gusta recibir y lo que estaría dispuesto a recibir si tuviera que pagar por ello. Hay que buscar nuevas fórmulas para la financiación.
- La red es una gigantesca base de datos. Es importante darse cuenta de esto. Para mí hay un hecho claro, que ya he planteado en algunas ocasiones: junto al informador debe darse mayor protagonismo y función a una figura que hasta el momento solo ha hecho su aparición tímidamente en las empresas informativas: el documentalista. No es ya la producción de información, sino su gestión, su tratamiento. El documentalista, a su vez, tiene que dejar de ser un archivero mejorado para pasar a ser un especialista no solo en la búsqueda o recuperación, sino, como decíamos, en la gestión de la información. El documentalista tiene que dejar de ser el simple apoyo del informador para la elaboración de las noticias, para ser la persona que manipule y estructure, conforme a diversos proyectos, la información que se almacena. La gran riqueza de los periódicos no son solo las noticias, sino su fondo documental, que no ha de ser un fondo pasivo, sino activo. El documentalista puede y debe darle vida.
- El concepto de "periódico", como unidad empaquetada y cerrada de información debe cambiar. Es necesaria una oferta informativa —siempre informativa— más amplia. Para ello es necesario el estudio de las necesidades de los lectores, ajustar los formatos a sus necesidades. Esto no implica pérdida de la función informativa, sino maleabilidad, plasticidad en el servicio.
- No nos dejemos engañar por la fascinación de lo audiovisual: la Red, hoy por hoy, es textual en un 90%. No hay que creer a los profetas de lo audiovisual, a los que anuncian, como un logro o como una desgracia, la muerte de la letra y el estallido de la imagen. Es cierto que la presión de los grandes grupos busca redes más rápidas para que quepan en ellas los servicios audiovisuales. El cable se plantea como el medio de desarrollo de lo audiovisual. Pero esto no significa que la información deba extinguirse en su formato textual. Las diferencias entre la imagen y la palabra son lo suficientemente claras y amplias como para que cualquiera de ellas deba fagocitar a la otra. Otra cuestión es con cuál se puede hacer más y mejor negocio, es decir, la perspectiva comercial de nuevo. Los grandes grupos de comunicación comenzaron a tener en cuenta Internet en el momento que se estableció una correlación clara entre el tiempo que dejaba de pasar la gente delante del televisor para ponerse a navegar por la red.
- Saquemos partido a las posibilidades, pero no nos dediquemos a lo que nos desvirtúa si nos aleja de nuestra identidad y función. La posibilidad de romper las barreras físicas de la información impresa y dar salida a más y mejor información a través de los medios digitales; la posibilidad de acceso selectivo a la información; la reelaboración de los fondos documentales; el establecimiento de diversos niveles de intensidad informativa conforme a las necesidades de los usuarios, etc.; son posibilidades abiertas al mundo de la información
El problema de la dispersión de las audiencias y el efecto directo que tiene sobre las contrataciones publicitarias, sostén de los medios hasta el momento, nos debe hacer buscar otras formas de segmentación de los usuarios. Una posible respuesta podría ser las especializaciones temáticas dentro de los medios. Hay mucha más demanda de información especializada de la que se supone. Secciones actualmente limitadas o demasiado generales pueden desarrollarse según la demanda interesada de los lectores. Una de las más grandes ventajas de los medios digitales es que el aumento de información no implica aumento de espacio. ¿Los límites?: los de nuestro esfuerzo.
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